Leo por tercer o cuarta vez el primer
capítulo, mi frágil memoria me lo requiere, me sigue generando muchas cosas
esta lectura, me sigue provocando.
En primer lugar, la crítica demoledora
hacia la pedagogía moderna. Crítica a la que estamos acostumbrados, que incluso
sostenemos académicamente, pero que no deja de ser movilizadora desde muchos
aspectos. En algún punto porque, si bien ataca a un sistema escolar y a un
orden con el que no estamos alineados, ataca también una práctica que
sostenemos día a día en el aula y en la que estamos en algún punto atrapados.
SOMOS MAESTROS EXPLICADORES. Esto es, alguien que transmite sus conocimientos a
los alumnos para elevarlos gradualmente hacia su propia ciencia. Alguien que no
quiere atiborrar a los alumnos de conocimientos para que estos los repitan,
sino que trata de transmitir conocimientos y formar espíritus, conduciéndolos,
según una progresión ordenada, de lo más simple a lo más complejo[1].
Lo que Jacotot en su crítica concluye es
que “La explicación no es necesaria para remediar la incapacidad de comprender.
Por el contrario, justamente esa incapacidad es la ficción estructurante de la
concepción explicadora del mundo. Es el explicador quien necesita del incapaz y
no a la inversa; es él quien constituye al incapaz y no a la inversa; es él
quien constituye al incapaz como tal. Explicar algo a alguien es, en primer
lugar, demostrarle que no puede comprenderlo por si mismo”[2].
No nos sorprende esta crítica, no es la
primera vez que nos encontramos con este tipo de cuestionamiento. Entre muchos
otros podríamos acordarnos de Freire. Pero, pienso, aún así, somos parte de
esto mismo que criticamos. SOMOS MAESTROS EXPLICADORES.
Es interesante ver como el análisis luego
se va complejizando y hay otras variables que pienso en función de mi propia
práctica.
Jacotot, y Rancière, a través de él,
plantea como el método de la pedagogía moderna embrutece, en la medida que
parte de la desigualdad de inteligencias entre el alumno y el pedagogo.
“Hay embrutecimiento allí donde una
inteligencia está subordinada a otra inteligencia”[3].
Nosotros trabajamos en el nivel superior,
espacio donde llegan quienes han transcurrido “exitosamente” en los niveles
obligatorios del sistema educativo, que cada vez abarca una mayor cantidad de
años y cuyos métodos de embrutecimiento se van perfeccionando sustancialmente.
Esto significa que, nos encontramos con alumnos que ya han sido embrutecidos y,
en algunos casos, con mucho éxito. Me pregunto como se hace para desandar un
camino que los alumnos han transitado con tanta efectividad. Esto tiene un
nivel de conflictividad muy grande. Son sujetos que tal vez tienen mucha
dificultad para comprender, interpretar, analizar lo que leen, mucho más para
debatir y para elaborar un punto de vista propio. Pero que saben muy bien lo
que es la desigualdad de inteligencias, cuál es el lugar que ocupan en una
institución educativa.
La experiencia de Jacotot tiene
ingredientes muy interesantes, por supuesto, otro contexto, otro tiempo, otro
lugar, otros otros. Pienso en esos jóvenes ávidos de saber, que tomaron ese
desafío de su profesor y pudieron, sin quererlo, poner en cuestionamiento su
propio lugar de pedagogo. Pienso en lo que plantea Rancière acerca de la
voluntad.
“Aquél método de la igualdad era antes que
nada un método de la voluntad. Se podría aprender, cuando así se lo quería,
solo y sin maestro explicador mediante la tensión del deseo propio o la
exigencia de una situación”[4].
Nos encontramos con alumnos que, en su tránsito
exitoso por el sistema educativo, se han convertido, en muchos casos en sujetos
sin voluntad. De qué manera se trabaja con este punto de partida.
Pero no quiero centrarme únicamente en los
alumnos y sus dificultades, no es la intención hoy, como hacemos tantas veces,
de poner el problema en ellos, aún cuando los pensemos no como responsables
sino como producto de años de maestros explicadores.
Hay algo clave que aquí se plantea y que me
parece fundamental. Jacotot plantea que la pedagogía puede ser embrutecedora o
que puede ser también emancipadora. Esto último se materializaría en su
experiencia. Una experiencia que toma como punto de partida y no como punto de
llegada a la igualdad de las inteligencias. Ahora bien, también plantea que no
puede un pedagogo ayudar a emanciparse a otros si no está emancipado él mismo.
“Para emancipar a un ignorante, es necesario -y basta con- estar uno mismo
emancipado, es decir, ser consciente del verdadero poder de la mente humana. El
ignorante aprenderá por su cuenta lo que el maestro ignora, si el maestro cree
que puede y lo obliga a actualizar su capacidad”[5].
Sigo pensando. En mis propias inseguridades
como docente, lo que se, como lo se, hasta donde lo se, todo lo que no se. Tal
vez, la cosa pasa por ahí, pero también por otro lado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario