La semana que pasó fue la primer clase para los primeros años en el instituto. El inicio de clase es el momento para ser optimistas, respecto de uno mismo y de los demás. Uno piensa que este año va a estar más organizado, más dedicado, que va a ser mejor que el año anterior, etc, y también tenemos expectativas positivas respecto del grupo que nos va a tocar, que va a entusiasmarse con lo que proponemos, que va a participar, en fin, algo similar a lo que hacemos a fin de año, cuando tenemos la ilusión de que el cambio de un día a otro es borrón y cuenta nueva y una nueva oportunidad de estar y ser mejor. Es una arbitrariedad, si lo razonamos no tiene demasiado sentido, pero no podemos evitarlo, nos ayuda a sobrevivir.
Lo cierto es que este año durante febrero estuve leyendo unas cuantas cosas, libros que me voy comprando y que quedan a la espera de un poco de tiempo. Modifiqué unas cuantas cosas de los programas, me pude dedicar bastante, me entusiasmé. Hay materias que nunca me dejan del todo conforme y por lo tanto siempre quiero cambiar algo. Eso no se si es bueno o malo, puede ser un signo de reflexibidad constante o también de inseguridad, probablemente un poco de cada una.
En fin, en febrero estaba con entusiasmo asi que solo faltaba arrancar. El inicio da una sensación rara, me pasa con muchas cosas, me cuesta arrancar pero una vez que uno está allí, la cosa cambia. La cuestión es que para el jueves, ya estaba aburrida, desganada y confundida. Las primeras clases son de poner las cosas en claro, plantear las pautas de trabajo, la dinámica de las clases, las pautas de evaluación, una descripción del programa, etc. Todo eso llevó mis primeras clases y me repetí a mi misma que en primer año eso lleva tiempo pero que es necesario porque es primer año y hace falta. Claro, los alumnos ponían cara de embole, no es algo muy entretenido que digamos. Y yo me fui desinflando a medida que pasaba la semana porque todas las clases eran iguales y me aburría volver a repetir todo de nuevo… ¿Será necesario hacer todas estas aclaraciones el primer día? Empiezo a preguntarme eso que me sostenía en la primer clase…
El jueves era la tercera vez que daba la misma clase, porque es una materia que la tengo en tres grupos diferentes. Con el mismo grupo tengo otra materia así que ya los había visto el martes. Al grupo que viene después también lo había visto, tenía con ambos grupos materias cruzadas. En el contexto del embole que venía teniendo y de lo cruzado de los grupos se me hizo una ensalada como se les presenta a los alumnos cuando preguntan: ¿y esta que materia es? Tuve que poner en claro varias veces en mi cabeza que materias iba a dar en cada curso antes de ir para el instituto.
Así llegué a clase, como ya había visto a ese grupo esta semana y ya había hecho aclaraciones que eran comunes a ambas materias, describí el programa y arranqué con la lectura de un artículo: “Educar contra la humillación”, de Pablo Gentili. El artículo, que reflexiona sobre el valor de la educación, comienza con un relato de una experiencia de alfabetización. Elegí empezar con ese artículo por eso, por el valor de empezar con un relato, que puede resultar mucho más amigable que empezar por un texto teórico y puede ayudar a romper el hielo para empezar a hablar de estos temas, y para ver por donde anda el grupo de alumnos. La idea era leer el relato, que era además muy conmovedor porque los adultos recibían junto con su certificación, su documento de identidad, que por primera vez podían firmar ellos mismos y una de las protagonistas de este proceso, una mujer mayor, planteaba que esto era un acto de dignidad. El resto del artículo ya era más académico. Por eso les pedí que en primera instancia leyeran el relato. Les indiqué entonces que leyeran y yo me fui a la fotocopiadora, porque los primeros días está lleno de gente y cuesta encontrar un momento para acercarse. Cuando volví de la fotocopiadora, en unos pocos minutos, el grupo, unas 60 alumnas de inicial, estaban en silencio. Me llamó la atención el clima del grupo, porque en general pasa que uno da algo a leer y una vez concluido se genera bullicio, conversación, de hecho era lo que sucedía cuando llegué al curso. ¿Terminaron?, pregunté, y el grupo asintió… entonces me di cuenta de que estaban conmovidas con el relato. Quedé total y gratamente sorprendida. Si bien el objetivo era ese, se trataba de un relato conmovedor, generalmente no es ese el resultado. Las alumnas de inicial, en general, forman parte del grupo de actuales jóvenes y adolescentes que identificamos con un desgano y una apatía muy preocupante. Encontrar un grupo de jóvenes que en una clase de pedagogía se conmuevan con este relato formaba parte de algo buscado, pero no esperado evidentemente. El resto de la clase transcurrió compartiendo experiencias y sensaciones acorde a lo que veníamos planteando. Por suerte esto salvó mi semana.
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